miércoles, 9 de junio de 2010

Educación, mercado y evaluación


Ningún concepto es innocuo (sí hace daño). Ninguna palabra y ningún lenguaje son inocentes o neutrales. Todo concepto conlleva un significado y una intencionalidad. Por eso, el lenguaje ordena y clasifica componentes de la realidad humana, social o natural. Así, existen conceptos cuyo significado atrapa a los seres humanos, con la finalidad de controlarlos, de clasificarlos como los más competentes, los más dotados, los mejores. En ese sentido de ordenar, se está excluyendo y separando a algunos que no caben en el sistema educativo que proponen e imponen los organismos financieros como el Banco Mundial, o culturales como la UNESCO. Estas instituciones, desde su visión o concepción neoliberal del mundo, imponen determinados conceptos a las políticas educativas de los estados nacionales, para inscribir a los procesos educativos, de salud, o en general lo social, en el marco de los dogmas neoliberales: reducción del gasto público, las privatizaciones y las liberalizaciones.

Desde estas visiones y concepciones se construyen los sentidos o significados que orientan en la práctica a los conceptos de evaluación, de calidad en la educación, de exámenes estandarizados, que hoy se aplican en las políticas educativas implementadas por los estados nacionales, subordinados a las corporaciones internacionales y nacionales, citadas arriba. Veamos.

El concepto de evaluación, desde la óptica neoliberal y de las reglas del mercado, tiene la pretensión de ordenar y clasificar a los actores de los procesos educativos, no con la intención de captar información para mejorar al sistema educativo, mismo que hoy, en el caso mexicano, atraviesa por su peor crisis en todos los órdenes, y que algunos intelectuales lo visualizan como catástrofe silenciosa, sino para justificar la reducción del gasto público, privatizar la educación pública y desregular al sistema educativo, para ponerlo en manos de corporaciones económicas extranjeras y nacionales.

Con lo anterior se demuestra que la evaluación propuesta por organismos internacionales queda inscrita en las relaciones de poder (política) y en las relaciones de producción (economía); este hecho desenmascara el sentido de valoración que sus actores neoliberales pretenden buscar. Lo que verdaderamente conlleva la aplicación de dicha evaluación, es el sentido de medir, cuantificar y controlar, desde una óptica científico-técnica, con la finalidad, además de lo ya dicho, de clasificar a los mejores, los que se colocan en la astucia de la razón, el darwinismo social de los más dotados, y expulsar del sistema educativo, a todos los que el poder de dominación mantiene en la desigualdad social, realmente existente. Así, por ejemplo, en México sólo uno de cada 100 jóvenes de ascendencia indígena puede ingresar a las universidades del país.

Las pruebas estandarizadas como la famosa ENLACE o PISA, no son instrumentos neutrales, sino que ahondan la discriminación sobre los que han sido esclavizados y colocados en la marginación, la pobreza y la desigualdad. Lo estandarizado pretende ignorar la desigualdad social, y solamente selecciona a aquellos que están en la mejor posición social, los pocos y los muchos, son olvidados. Es más, tal proceso de evaluación mide la calidad de la educación, y desde este terreno premia a los mejores, poniendo en práctica una objetividad técnica, en donde el resultado de los exámenes se convierte en un valor absoluto.

El valor absoluto no contempla los procesos de formación simbólicos, los valores, el pensamiento reflexivo y critico, el desarrollo personal, los sentimientos, las emociones, el inconsciente, actitudes, la verdad. Desde la visión científico-técnica, o de las tecnologías políticas y de la racionalidad instrumental, lo que importa es colocar a la educación y sus actores, en el carro de los dogmas neoliberales y percibir a los seres humanos como medios, compitiendo en lo individual, y olvidando los procesos de colaboración y solidarios, necesarios éstos, para construir lo público, lo de todos, lo común. Como bien afirma Ángel Díaz Barriga: “Bajo el neologismo pedagógico “calidad” se promueve la realización de exámenes nacionales considerando que éstos aportan información para determinar la calidad del sistema”.

Tanto la evaluación como la medición de la calidad educativa responden a las tecnologías políticas, inscritas en el campo de un pensamiento neoconservador, que mantiene y sostiene el orden capitalista, cuya característica básica es continuar acumulando capital en pocos y destruyendo la condición humana y la naturaleza. Por eso afirmamos que la evaluación y la medición de la calidad son formas de política, es decir, relaciones de poder, desde donde unos grupos, los ricos, los poderosos, las corporaciones y los poderes fácticos, promueven sus intereses y valores sobre otros.

La calidad educativa y la evaluación, responden a un tipo de racionalidad; no son constructos, discursos ajenos a los valores, a significados en relación con el mundo, sino que a través de ellos se establece una relación de conocimiento frente a la realidad. Desde la óptica neoliberal dichos conceptos llegan a la educación, vía los exámenes nacionales e internacionales para evaluar el desempeño estudiantil e indirectamente el trabajo de docentes y de las instituciones educativas.

Decíamos anteriormente que la aplicación de los citados conceptos, no sólo es para captar información sobre las debilidades o fortalezas del sistema educativo, sino que llevan implícito una serie de controles burocráticos. Lo anterior como resultado de la concepción vertical del empleo de la evaluación. Estas técnicas aplicadas a la educación, desde lo externo, ignoran los aspectos fundamentales y complejos del trabajo académico, es decir, de la práctica docente. De ahí la adopción de formas o modelos productivistas de medir el trabajo de investigación: Número de publicaciones, extensión del trabajo, número de citas, etcétera.

Por otro lado, la aplicación de estos conceptos dejan de lado todo lo que sucede en el campo de la relación pedagógica, como uno de los bienes simbólicos, en donde lo que importa no es el resultado absoluto de un examen, sino que existe algo que no pueden medir, como la forma en que un alumno o estudiante se percibe a sí mismo, a los otros, a su mundo, su cultura y valores. Los procesos de “acreditación”, son mecanismos de evaluación externa que vienen a violentar, en el caso de las instituciones de educación superior, las propias autonomías. Además, quienes aceptan dichos procesos ignoran que aquellos responden a una racionalidad técnica, cuyo interés es cancelar oportunidades a los que viven en la desigualdad (reducir matrícula es un injusticia social). Otro mundo es posible.




Rafael Mendoza Castillo
Domingo 23 de Mayo de 2010
http://www.cambiodemichoacan.com.mx/editorial.php?id=3195

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