martes, 17 de diciembre de 2013

Rankingmanía: PISA


El siguiente artículo constituye una reflexión profunda sobre el sentido de las evaluaciones PISA, y de los usos que se les da ¿Bajo qué supuestos se elabora la prueba? ¿Qué relación tiene con el colonialismo cultural?


No deja de ser una paradoja que la investigación educativa y la pedagogía hayan avanzado tanto, al mismo tiempo en que el debate público sobre la educación se haya empobrecido de una manera tan elocuente. En efecto, durante los últimos 50 años, las ciencias sociales han puesto de relevancia la complejidad de los procesos educativos, la multiplicidad de variables, dinámicas y tensiones que operan en el campo escolar, así como las dificultades de generalizar políticas, programas y reformas que desconsideren las especificidades que poseen los sistemas de educación en cada país o en cada región. Aunque el haber ido a la escuela parece dotar a todos los individuos de la capacidad necesaria para proponer una solución viable a la profunda crisis educativa que estamos viviendo, el desarrollo de la investigación sobre las instituciones escolares y la educación, han puesto de relevancia que opinar sobre el asunto suele ser más complejo de lo que habitualmente suponemos. También han puesto en evidencia que las generalizaciones y las recetas milagrosas suelen ocultar más que mostrar las dimensiones involucradas en los procesos de cambio educativo que atraviesan nuestros países. Entre tanto, cada tres años, el mundo parece detenerse en la víspera de la publicación de los resultados de una prueba que, milagrosamente, parece resumir los grandes secretos del presente y del futuro de la educación.

El Programa para la Evaluación Internacional de los Estudiantes, PISA, fue creado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, OCDE, a mediados de los años 90 y, cada tres años, presenta un balance del estado de los aprendizajes de los jóvenes entre 15 y 16 años en cerca de 70 países. PISA incluye una prueba en tres campos de conocimiento (matemática, ciencias y lectura), además de una encuesta aplicada a alumnos y personal escolar. Sus resultados son presentados como una especie de oráculo capaz de diagnosticar el estado de los sistemas educativos a nivel global y los cambios que ellos deberán enfrentar para estar a la altura de los desafíos que los nuevos tiempos imponen.

PISA parece haber logrado una verdadera hazaña ideológica: imponer como evidente y necesaria la suposición de que los sistemas escolares de todos los países pueden ser evaluados mediante la aplicación de una misma prueba aplicada a un conjunto de estudiantes elegidos al azar. El razonamiento parece simple y encuentra sus raíces en una concepción particular, y de forma alguna “universal”, acerca del aprendizaje, la función de la escuela y el desarrollo educativo. Se trata de replicar a nivel mundial lo que las escuelas hacen todos los días con sus alumnos. La “prueba” suele ser el método habitual mediante el cual los docentes observan el grado de aprendizajes alcanzados por sus alumnos. Las pruebas casi siempre son corregidas en una escala numérica donde los que obtienen las notas más altas son los “buenos” alumnos y, los que obtienen las más bajas, los “peores”. Así las cosas, sin demasiada imaginación, aunque con una sorprendente eficacia política, la OCDE, ha implementado un sistema internacional de evaluación que, indagando el grado de conocimientos adquiridos en matemática, ciencia y lectura, en una muestra representativa de alumnos de algo más de 60 países, puede determinar el grado de eficacia de cada sistema educativo nacional, así como la jerarquía general o por campo de conocimiento de las naciones involucradas. Los países con mejores notas tendrán un sistema educativo mejor, los que obtienen peores calificaciones, un sistema escolar peor.

Un ranking, un simple ranking, puede mostrar el grado de desarrollo de cada sistema educativo involucrado en la prueba, sus potencialidades y limitaciones.

La enorme proliferación de ranking en el campo educativo puede hacer pensar que el modo de organizar instituciones y países en un orden de jerarquía, productividad o eficacia ha sido el procedimiento que siempre hemos utilizado y recomendado en educación, por sus probados beneficios para mejorar o superar los problemas que enfrentan los sistemas de escolares. Vale destacar que, aunque durante los últimos 250 años siempre se ha afirmado que la educación está en crisis, sólo muy recientemente se ha considerado que era posible evaluar, comparar y organizar jerárquicamente los sistemas educativos a nivel mundial, organizándolos en una lista de ganadores y perdedores similar a la que muchos docentes construyen día a día en su sala de clase.

Se trata de un cambio de perspectiva de la mayor importancia y, aunque sus bases sean simplistas, reduccionistas y aberrantes en términos analíticos, no podemos soslayar sus alcances: ¿cómo ha sido posible convencer al mundo que la aplicación de una prueba a medio millón de jóvenes de diversos países nos puede ofrecer un mapa, una radiografía, una imagen del estado de la educación en cada una de nuestras naciones en términos particulares y del planeta de modo general?

PISA parte de tres supuestos que deben ser analizados y cuestionados:
    Supone, haciendo gala de un colonialismo pedagógico sin precedentes, que es posible que un conjunto de especialistas puedan definir las competencias fundamentales que son necesarias para enfrentar los retos y desafíos de la supuesta “vida real”; esto es, la competitividad económica, las demandas y necesidades de consumo, participación y bienestar. El presupuesto de PISA es que existe un único mundo (no hace falta adivinar de qué color), un única cultura, un único modelo de bienestar y una única forma de insertarse productivamente en este mundo. Ese ideal de mano única puede y debe ser sintetizado en un conjunto de competencias necesarias para transitar sin tropiezos hacia esa meta a la que todos aspiran a llegar: el éxito económico. Cuando en el mundo casi todas las religiones se acostumbraron a aceptar que la diversidad religiosa era inevitable, PISA nos impone la monogamia cognitiva más brutal y autoritaria. En la escuela hay que aprender un conjunto de cosas que son fundamentales para cualquier persona en cualquier lugar del planeta, tan fundamentales que es posible idear una prueba de alta complejidad que pueda determinar el grado de dominio de esas competencias a escala mundial, organizando un ranking de países en función del éxito o del fracaso que experimentan sus alumnos en apropiarse de esos saberes. Los mejores triunfarán, los peores fracasarán. Nuevas retóricas para viejas realidades.

    Supone que el grado de eficacia de una institución educativa y, por efecto aditivo, de un sistema escolar, puede determinarse mediante una instantánea, una fotografía tomada en un determinado momento de su trayectoria, la cual sintetiza en sus trazos, todos los atributos e informaciones necesarias para juzgar la productividad, eficacia e impacto de las acciones que en él se desarrollan. Un instante capaz de reflejar el todo, mediante indicadores numéricos de rendimiento. La prueba, en este sentido, posee una verdadera aspiración mística: es la evidencia del milagro que la ciencia de la evaluación nos ofrece. En algunas pocas horas, algo más de 500 mil jóvenes de todo el mundo responderán una encuesta y realizarán una prueba. Esos papeles garabateados resumirán el grado de desarrollo de los sistemas educativos a nivel mundial y generarán debates pasionales acerca del presente y el futuro de nuestros países, derrumbarán ministros, harán entrar en la gloria del Olimpo pedagógico a naciones inimaginadas, nos dirán quiénes podrán salvarse y quiénes estarán condenados a la vergüenza del purgatorio.

    Supone que la evaluación de un sistema es requisito necesario y suficiente para ofrecer la solución a los problemas que el sistema enfrenta. En suma, que los resultados de las pruebas y los datos aportados por la encuesta nos brindan los elementos necesarios para definir las acciones correctivas que debemos aplicar para mejorar el desempeño de nuestras instituciones escolares. Por otro lado, aunque suele alertar sobre los riesgos del mal uso del ranking, la OCDE utiliza la jerarquía en los resultados de rendimiento como un efecto pedagógico de demostración que estimula la competencia, el deseo de mantener las posiciones alcanzadas y superar los problemas puestos en evidencia. El ranking educa, forma, construye un ethos, orienta, conduce.

Estos supuestos constituyen los tres pilares de la razón jerárquica: el colonialismo cultural y el idealismo pedagógico; la aberración metodológica de la subordinación del todo a una parte: y, la naturaleza normativa y prescriptiva de los resultados de una prueba artificialmente estandarizada. PISA es un emblema de los extravíos y delirios a los que nos somete la razón jerárquica en el campo educativo.

La patética profusión de festejos y llantos, lecciones y quejas, promesas y humillaciones que rodean la muy bien montada operación mediática de presentación de los resultados de PISA es mucho más que un inventario anecdótico de sandeces. En rigor, si Comenio, Rousseau y Dewey resucitaran, volverían a morirse por el nivel de locura al que ha llegado nuestra pedagogía política y la política de nuestra pedagogía. El mundo se inunda de especulaciones, relatos, alegatos, narraciones ficcionales, sospechas infundadas, diagnósticos sobre diagnósticos acerca del por qué, los asiáticos aprenden más y mejor que los occidentales. Una verdadera estupidez que sólo debería quitarle el sueño a los burócratas de la OCDE, pero se lo quitan a bastante más gente, entre quienes me incluyo.

En la edición 2012 de PISA, recientemente publicada, los chinos se llevaron todos los méritos, aunque participaron con algunas ventajas. Por ejemplo, si bien casi todos los encuestados fueron “países”, China lo hizo con Shangai, una de sus principales ciudades. También con la ciudad de Taipei y los territorios de Hong Kong y Macao, ocupando así cuatro de los seis primeros lugares.

España no tuvo la suerte de China y participó como país. No cabe duda que los resultados hubieran sido mejores si sólo hubiera competido con los barrios de Salamanca en Madrid y Pedralbes en Barcelona. Como quiera que sea, el mal desempeño de la Península sirvió para demostrar que la Ley Wert iba a mejorar o empeorar las cosas, según quién contara la historia. No me une al verborrágico ministro Wert ninguna relación de simpatía. Sin embargo, creo que de lo único que no puede culpársele es del desempeño de los jóvenes españoles en las pruebas llevadas a cabo por los tecnócratas de la OCDE. Tampoco, por cierto, puede atribuírsele ningún mérito en las aparentes oportunidades de superación que promete brindar su ley privatizadora y de ambiciones excluyentes. En lo único en que coinciden buena parte de los análisis, es que el mal desempeño promedio de los jóvenes españoles se debe a los inmigrantes. Esa gente que parece no haberse dado cuenta que España está en crisis y se obstina en permanecer en el país, teniendo hijos y nivelando hacia abajo el resultado de las pruebas. La epistemología pedagógica franquista parece persistir al tiempo, llevando a algunos a suponer que si los españoles fueran puros, tendrían el desempeño cognitivo de los habitantes de Shangai en las pruebas de matemática. PISA parece evaluar, pero, lo que en realidad hace, es recomendar caminos para resolver problemas.

Por otro lado, aunque nos pasamos los últimos diez años estudiando el "milagro educativo finlandés", acabamos descubriendo que era mejor ser vietnamita que nórdico. El derrumbe de Finlandia ha puesto la nación en jaque. Como si no faltaran motivos para deprimirse en invierno, los finlandeses deberán abocarse ahora a saber por qué perdieron la pole position ante unos orientales más inspirados en Milton Friedman que en Mao Tsé-Tung. Por nuestra parte, deberemos abocarnos a estudiar el milagro chino o vietnamita, pasando de la gélida eficacia nórdica al sombrío deslumbramiento pos-socialista.

Hasta hace pocos días, todos los que aspiraban a tener un buen sistema educativo querían ser como los finlandeses. Veremos si ahora todos quieren ser chinos o vietnamitas.

Los resultados de PISA deparan sorpresas agradables como, por ejemplo, descubrir la existencia de Latvia, un país que nunca ha jugado la Copa Mundial de Futbol, pero cuyos jóvenes saben más matemática, ciencias y lectura que los noruegos, italianos, españoles, rusos, norteamericanos, suecos e israelíes. Deberemos investigar dónde queda Latvia y qué “milagro educativo” realizan en sus escuelas esos ignotos seres humanos. Si llegáramos a descubrir que los latvios son de baja estatura, quizás podríamos desarrollar una tesis sobre la relación inversamente proporcional entre la altura corporal y el buen desarrollo cognitivo de las etnias más avanzadas del universo frente a los desafíos del siglo XXI.

Pronto seremos inundados por artículos que prometerán contarnos qué ocurre en las escuelas de Macao, Taipei. Hanoi o Riga, capital de Latvia, y cómo debemos imitarlas para hacer de los nuestros, centros educativos eficaces.

Latinoamérica se ha afirmado, ya en la quinta edición de PISA, en los últimos lugares del ranking. Como si los 50 países que lo preceden no existieran, Chile festeja ser el mejor de la región, aunque no puede ocultar el alto grado de desigualdad de su sistema escolar. Los uruguayos lamentan lo que suponen ser el deterioro irreversible de su sistema educativo, curiosamente, el más igualitario de la región. Los brasileños festejan haber vencido a los argentinos y, vaya sorpresa, los peruanos, aunque volvieron a salir últimos en el ranking, conmemoran haber sido los que “más mejoraron en las pruebas del 2012”. Entre tanto, el Banco Mundial anuncia que América Latina es la región del mundo donde más ha disminuido la pobreza. Creo, definitivamente, que hemos enloquecido.

Los delirios de la razón jerárquica producen daños cerebrales profundos. Obligados a justificar por qué están donde están, los ministerios de educación de todos los países, naturalmente, menos el de China, y quizás el de Latvia, tratan de explicar por qué les ha ido tan mal y prometen mejorar en la próxima prueba. Habrá que esperar tres años.

Como quiera que sea, lo que nunca se cuestiona es la propia prueba PISA. Un invento ideológico de enorme valor disciplinario y normativo. Un dispositivo del nuevo orden mundial de la educación. Una victoria de los poderosos. Una derrota de los que soñamos con un mundo más libre, una educación más justa, una sociedad más humana.

Deshacernos de PISA permitirá avanzar en la lucha contra los delirios de la razón jerárquica, contra los ranking que nos modelan, contra los tecnócratas que, al describirnos, nos inventan.

Autor
Pablo Gentili. Nació en Buenos Aires en 1963 y ha pasado los últimos 20 años de su vida ejerciendo la docencia y la investigación social en Río de Janeiro. Ha escrito diversos libros sobre reformas educativas en América Latina y ha sido uno de los fundadores del Foro Mundial de Educación, iniciativa del Foro Social Mundial. Su trabajo académico y su militancia por el derecho a la educación le ha permitido conocer todos los países latinoamericanos, por los que viaja incesantemente, escribiendo las crónicas y ensayos que publica en este blog. Actualmente, es Secretario Ejecutivo Adjunto del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y Director de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO, Sede Brasil).
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