Mito:
Las pruebas PISA muestran que
toda la educación está mal
Las pruebas internacionales
expresan la realidad de la decadencia educativa argentina. Si en PISA te va
bien, está todo fabuloso; si te va mal, se confirma el diagnóstico catastrófico
PISA es un programa internacional de evaluación de estudiantes
de 15 años implementado por la OCDE (Organización para la Cooperación y el
Desarrollo Económico). Esta institución internacional está integrada por 34
Estados; entre ellos, los más desarrollados del mundo. El programa consiste en
aplicar cada tres años pruebas estandarizadas de rendimiento escolar a muestras
nacionales de chicos de 15 años escolarizados (no importa en qué nivel). En la
última prueba realizada en 2012 participaron 65 países, entre ellos la
Argentina. Los datos resultantes se traducen en un ranking de países que tiene
su propio peso en el campo del debate y la formulación de políticas educativas
nacionales. Aunque el programa ha recibido críticas tanto por su enfoque
limitado de la “calidad de la educación”, como por sus metodologías y técnicas
de análisis, lo cierto es que la posición que cada país obtiene en el ranking
muchas veces se utiliza para alabar o condenar la calidad de su sistema
escolar. El problema es que una simple medida, uno u otro lugar en una lista,
desencadena una especie de “comparativismo salvaje” que ignora las
particularidades socioeconómicas, históricas y culturales de cada sociedad, así
como los objetivos múltiples que persiguen los sistemas escolares,
estructuralmente complejos y multifuncionales.
Pese a todo, hay quienes se basan exclusivamente en los
resultados de las pruebas PISA para sustentar la idea del fracaso de la
educación argentina. Que existen problemas serios que requieren correcciones
imprescindibles es parte de un debate sustancial. La sociedad argentina está
preocupada por la calidad de la educación a la que acceden sus niños y jóvenes;
se trata, desde luego, de una inquietud legítima, profundamente vinculada a las
nociones de democracia e igualdad. Ahora bien: discutir el éxito o el fracaso
de una inversión en plazos de pocos años parece un poco absurdo. O bien remite
a una cuestión estrictamente electoral, pero no educativa. Sólo en 2009 se
alcanzó un nivel razonable de inversión educativa, y la última prueba PISA fue
en 2012. Incluso en términos eficientistas, un lapso de tres años no es un piso
razonable para analizar resultados contundentes en el aprendizaje.
Hay quienes creen que las pruebas miden nuestra
competitividad futura, algo relevante en un mundo global. Como contrapartida,
para otros son un test demoníaco. Lo cierto es que los actores que instrumentan
PISA son los países desarrollados, como parte de sus planteos y su enfoque del
capital humano. A nuestro entender, PISA no debe ser endiosado ni condenado;
más bien necesitamos comprender cuáles son las inferencias útiles, en nuestro
contexto, para nuestros procesos y objetivos educativos.
Cabe hacer algunas observaciones adicionales. Por una parte,
la ampliación del acceso a la escolaridad implica la incorporación al sistema
de estudiantes antes excluidos. En este contexto, es esperable que algunos
promedios de rendimiento o logro tiendan a descender. De hecho, como señala
Roberto Giuliodori, el mismo fenómeno pudo percibirse en la evolución de la
tasa de egreso del secundario a partir de su masificación en los años ochenta.
Lo mismo sucede con los resultados del aprendizaje, en el sentido de que las
pruebas estandarizadas demuestran que el origen socioeconómico o sociocultural
de los estudiantes es un factor que incide en los puntajes. Ahora bien, ¿es
este un motivo suficiente para explicar el lugar que ocupa la Argentina en las
pruebas PISA? Posiblemente existan otros. Por eso, es imprescindible incluir la
incidencia de la desestructuración institucional, social y pedagógica provocada
por el neoliberalismo y la crisis del período 2001-2002. También debe
resaltarse que nuestro sistema educativo no prioriza la preparación para las
pruebas porque privilegia otros contenidos. Esto marca una diferencia, por
ejemplo, con Chile, donde el currículum está muy enfocado en PISA. El riesgo de
esta orientación es reducir la enseñanza a un entrenamiento para aprobar
exámenes de opción múltiple, objetivo que directamente sustituiría muchos
otros.
Para concluir, desmitificar PISA implica darle la
importancia que tiene para los objetivos educativos que definamos y en un
contexto social específico; por ejemplo, de incremento de la cobertura. Aunque
en la Argentina resulta difícil analizar los datos sin exitismo o sin
catastrofismo, esa es justamente una de las asignaturas pendientes en el
análisis de la realidad educativa.
Extraído de:
Mitomanias de la
educacion argentina
A Grimson – E Tenti Fanfani