miércoles, 31 de enero de 2018

El mito de las pruebas PISA

Mito:
Las pruebas PISA muestran que toda la educación está mal
Las pruebas internacionales expresan la realidad de la decadencia educativa argentina. Si en PISA te va bien, está todo fabuloso; si te va mal, se confirma el diagnóstico catastrófico




PISA es un programa internacional de evaluación de estudiantes de 15 años implementado por la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico). Esta institución internacional está integrada por 34 Estados; entre ellos, los más desarrollados del mundo. El programa consiste en aplicar cada tres años pruebas estandarizadas de rendimiento escolar a muestras nacionales de chicos de 15 años escolarizados (no importa en qué nivel). En la última prueba realizada en 2012 participaron 65 países, entre ellos la Argentina. Los datos resultantes se traducen en un ranking de países que tiene su propio peso en el campo del debate y la formulación de políticas educativas nacionales. Aunque el programa ha recibido críticas tanto por su enfoque limitado de la “calidad de la educación”, como por sus metodologías y técnicas de análisis, lo cierto es que la posición que cada país obtiene en el ranking muchas veces se utiliza para alabar o condenar la calidad de su sistema escolar. El problema es que una simple medida, uno u otro lugar en una lista, desencadena una especie de “comparativismo salvaje” que ignora las particularidades socioeconómicas, históricas y culturales de cada sociedad, así como los objetivos múltiples que persiguen los sistemas escolares, estructuralmente complejos y multifuncionales.

Pese a todo, hay quienes se basan exclusivamente en los resultados de las pruebas PISA para sustentar la idea del fracaso de la educación argentina. Que existen problemas serios que requieren correcciones imprescindibles es parte de un debate sustancial. La sociedad argentina está preocupada por la calidad de la educación a la que acceden sus niños y jóvenes; se trata, desde luego, de una inquietud legítima, profundamente vinculada a las nociones de democracia e igualdad. Ahora bien: discutir el éxito o el fracaso de una inversión en plazos de pocos años parece un poco absurdo. O bien remite a una cuestión estrictamente electoral, pero no educativa. Sólo en 2009 se alcanzó un nivel razonable de inversión educativa, y la última prueba PISA fue en 2012. Incluso en términos eficientistas, un lapso de tres años no es un piso razonable para analizar resultados contundentes en el aprendizaje.

Hay quienes creen que las pruebas miden nuestra competitividad futura, algo relevante en un mundo global. Como contrapartida, para otros son un test demoníaco. Lo cierto es que los actores que instrumentan PISA son los países desarrollados, como parte de sus planteos y su enfoque del capital humano. A nuestro entender, PISA no debe ser endiosado ni condenado; más bien necesitamos comprender cuáles son las inferencias útiles, en nuestro contexto, para nuestros procesos y objetivos educativos.

Cabe hacer algunas observaciones adicionales. Por una parte, la ampliación del acceso a la escolaridad implica la incorporación al sistema de estudiantes antes excluidos. En este contexto, es esperable que algunos promedios de rendimiento o logro tiendan a descender. De hecho, como señala Roberto Giuliodori, el mismo fenómeno pudo percibirse en la evolución de la tasa de egreso del secundario a partir de su masificación en los años ochenta. Lo mismo sucede con los resultados del aprendizaje, en el sentido de que las pruebas estandarizadas demuestran que el origen socioeconómico o sociocultural de los estudiantes es un factor que incide en los puntajes. Ahora bien, ¿es este un motivo suficiente para explicar el lugar que ocupa la Argentina en las pruebas PISA? Posiblemente existan otros. Por eso, es imprescindible incluir la incidencia de la desestructuración institucional, social y pedagógica provocada por el neoliberalismo y la crisis del período 2001-2002. También debe resaltarse que nuestro sistema educativo no prioriza la preparación para las pruebas porque privilegia otros contenidos. Esto marca una diferencia, por ejemplo, con Chile, donde el currículum está muy enfocado en PISA. El riesgo de esta orientación es reducir la enseñanza a un entrenamiento para aprobar exámenes de opción múltiple, objetivo que directamente sustituiría muchos otros.

Para concluir, desmitificar PISA implica darle la importancia que tiene para los objetivos educativos que definamos y en un contexto social específico; por ejemplo, de incremento de la cobertura. Aunque en la Argentina resulta difícil analizar los datos sin exitismo o sin catastrofismo, esa es justamente una de las asignaturas pendientes en el análisis de la realidad educativa.



Extraído de:
Mitomanias de la educacion argentina

A Grimson – E Tenti Fanfani
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