viernes, 31 de enero de 2020

PISA: evaluación neoliberal en educación


El impacto que ha adquirido el informe PISA, una prueba de evaluación estandarizada realizada por la OCDE, tiene que ver con el giro económico neoliberal que se está produciendo en la concepción de la educación a nivel mundial.

Como denuncian intelectuales del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), PISA es un inmenso dispositivo de control que aspira a imponer una perspectiva educativa neoliberal, que nos aleja del reconocimiento de la educación como un derecho y nos aproxima a su interpretación como una inversión pensada de acuerdo con las exigencias del mercado: “competir con éxito en el ámbito del panorama internacional y abrir las puertas a puestos de trabajo de alta cualificación, lo que representa una apuesta por el crecimiento económico” (LOMCE, preámbulo).
Proporcionar mano de obra adaptada a las exigencias de la producción moderna, se ha convertido, con mucho, en la tarea primordial y la más importante de las funciones atribuidas a la enseñanza, en este “giro neoliberal”. El papel público de la educación como lugar de aprendizaje para la democracia y para la ciudadanía democrática se ha pasado a considerar como un despilfarro de la inversión pública y una pérdida de tiempo. Como si los seres humanos se pensaran y definieran únicamente como trabajadores y trabajadoras de la maquinaria laboral.
De esta forma se está produciendo una auténtica mutación en la naturaleza y fines de la educación. La problemática de la inserción laboral prevalece sobre la aspiración a la integración social y política de los futuros ciudadanos y ciudadanas y se ha convertido en la principal línea directriz de las reformas y las políticas educativas y evaluadoras inspiradas por la OCDE.
La OCDE es un organismo internacional creado para “maximizar el crecimiento económico” de los países que lo integran. Es a esta institución, con una clara orientación economicista, a la que nuestros representantes políticos han decidido encomendar ser el árbitro global de las políticas públicas de educación y determinar lo que los estudiantes deben saber y las escuelas enseñar.
El informe PISA, emanado de la OCDE, está exclusivamente centrado en cambiar las escuelas para “mejorar la competitividad económica”, olvidando que hay muchos otros aspectos de la educación: el desarrollo artístico, la reflexión crítica, la educación emocional, la participación cívica, la convivencia, etc. Estos aspectos, menos susceptibles o imposibles de ser medidos, no se tienen en cuenta, reduciendo de esta forma la visión colectiva en torno a lo que es o debería ser la educación.
En este sentido, expertas latinoamericanas se preguntan si lo que mide PISA es la creatividad o la adaptación al modelo neoliberal de nuestros jóvenes: «se pretende presentar la estandarización bajo los ropajes de la objetividad cuando lo cierto es que en el fondo encubre la pretensión de hegemonizar, a través de su medición, los valores de una determinada sociedad”.
“El protagonismo de las pruebas PISA en los últimos años ha tenido un tremendo efecto reduccionista y simplificador sobre el debate educativo. Primero, en lo que casi todo el mundo coincide, al reducir la complejidad del aprendizaje y la educación a unos pocos indicadores cuantitativos; segundo, al concentrar todo el foco sobre el desempeño en las tres disciplinas clásicas que mide (vía competencias, sí, pero disciplinas al fin y al cabo) en detrimento de otras materias; tercero, al reducir la escolarización a la enseñanza y el aprendizaje académicos, ignorando la función de cuidado que igualmente compete a la institución escolar” (Fernández Enguita,).
Lo cierto es que cada vez más expertos, como el catedrático de sociología de la educación Julio Carabaña, demuestran sólidamente que este programa de evaluación estandarizada carece de valor para ayudar a mejorar la enseñanza en las aulas y el funcionamiento de las escuelas. Pues las pruebas de este examen miden capacidades muy generales que dependen de la experiencia acumulada en toda la vida del alumnado, desde su nacimiento. Por lo que, como incluso reconoce PISA en sus propios textos “si un país puntúa más que otro no se puede inferir que sus escuelas sean más efectivas, pues el aprendizaje comienza antes de la escuela y tiene lugar en una diversidad de contextos institucionales y extraescolares”.
De ahí, que cuestione la inadmisible pretensión de este organismo económico para “llevar las políticas educativas en una dirección determinada”. No sólo porque las capacidades que mide PISA dependen poco o nada de las escuelas, sino porque ni siquiera dependen de los cambios pedagógicos y políticos que PISA propone. Por eso cada vez más expertos consideran que PISA no solo es un fracaso, sino un fraude, pues no sirve para cumplir su objetivo principal, que es ayudar a la mejora de las escuelas y los sistemas educativos.
Uno de los análisis más pormenorizados de la metodología de evaluación de PISA, recogido en el libro PISA according to PISA, confirma que los rankings “están basados en tantos puntos débiles que deben ser abandonados de inmediato”, y advierte que los análisis sobre cómo deben ser las buenas escuelas o las diferencias entre los distintos sistemas educativos, “van mucho más allá de lo que permite una aproximación cauta a estos datos. Son en su mayoría pura especulación”.
De hecho, PISA no realiza un seguimiento longitudinal de la evolución de los estudiantes (de dónde se partía cuando se inició el proceso educativo o que transformaciones se han logrado), compara lo que no es comparable (no es lo mismo un centro urbano que uno en un área rural o marginal; no es lo mismo educar a jóvenes en situación de riesgo que a estudiantes procedentes de las élites culturales de un país) y solo mide lo que puede ser medido (nada dice acerca de la imaginación o la creatividad de los estudiantes, su capacidad para hacer buenas preguntas, su inventiva, su capacidad crítica y de transformación justa del mundo). Además de su concepción homogeneizadora, sin tener en cuenta el contexto socioeconómico y cultural de cada país y región, o los sesgos socioculturales de los ítems de las pruebas. Como si solo existiera un mundo, una única cultura y una única forma de insertarse en el mundo, según este modelo.
Un problema crucial que conlleva también es que está cambiando las prioridades del profesorado, que se ve obligado a centrarse en buscar la forma de obtener resultados, dedicando el tiempo a preparar lo que le piden en las pruebas. El buen docente comienza a ser el que genera buenos resultados conforme PISA. Esto aumenta aún más el ya alto nivel de estrés en las escuelas, con una presión constante por el rendimiento. Lo cual supone que este “régimen PISA” supone un riesgo real de transformar el deseo de aprender en afán de aprobar y tiene el peligro de transformar al alumnado con dificultades en un estorbo para mantenerse en el ranking y la atención a la diversidad en un problema para centrarse en la obtención de resultados.
Debemos reconsiderar este tipo de pruebas estandarizadas. No es admisible creer que unas puntuaciones de las pruebas de PISA muestran la calidad de los sistemas educativos, la capacidad del profesorado, el desarrollo de los estudiantes, y la mejora de la sociedad. Debemos replantear la evaluación como un proceso integral orientado a producir información, contextualizada social y culturalmente, para mejorar los procesos de enseñanza y aprendizaje. Se están llevando a cabo otro tipo de evaluaciones bastante mejor enfocadas como, por poner un solo ejemplo, las pruebas UNESCO.
Como dice Pablo Gentili, deberíamos salir de PISA, porque “PISA simplifica lo que es complejo. PISA jerarquiza lo que no tiene un orden. PISA compara lo incomparable. PISA silencia lo que la realidad amplifica. PISA distrae lo que merece atención. PISA consagra lo que es banal y trivializa lo que debería ser fundamental”. Y esto sólo exige voluntad política para hacerlo.



Autor
Enrique Javier Díez Gutiérrez. Profesor de la Facultad de Educación de la Universidad de León, Coordinador del Área Federal de Educación de IU y miembro del Foro de Sevilla y Uni-Digna.

Fuente
https://eldiariodelaeducacion.com/blog/2019/12/12/pisa-evaluacion-neoliberal-en-educacion/

miércoles, 29 de enero de 2020

Lo que menos me preocupa son los resultados del PISA


Más allá de de los resultados de una prueba descontextualizada y “colonizadora”, me preocupa la falta de inversión, la formación del profesorado, el corpoplacismo de las políticas educativas ola visión reduccionista de la educación centrada en la escuela y no en el contexto del alumnado.
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En torno a la publicación de los resultados de las pruebas PISA, personas y entidades de distintos países se han llevado las manos a la cabeza, por los “pobres” resultados obtenidos. Esto me ha hecho pensar en lo que se decía en mi infancia. “Hay quien solo se acuerda de Santa Bárbara cuando truena”. Porque parece que estas personas y entidades llevan un tapón en los oídos que les impide sentir las continuas tormentas que azotan a los sistemas educativos de innumerables países. Incluido en nuestro.

A las personas que vivimos el día a día de lo que sucede en la escuela y mantenemos un firme compromiso con la misión más importante de las sociedades que buscan el bien común: la educación, nos preocupan muchas otras y más importantes cosas. Porque sin educación no hay civilización. Pero sin justicia social la educación para el bien común es inviable.
De ahí que antes de preocuparnos de los resultados de una prueba descontextualizada y “colonizadora”, que solo tiene en cuenta un tipo de conocimiento y un contexto social y cultural, haré una lista de lo que a muchos de nosotros nos preocupa.
Nos preocupa la falta de inversión sistemática y rigurosa en la educación pública.
Nos preocupa contar con una formación del profesorado a la altura de los tiempos VICA (volátiles, inciertos, complejos y ambiguos) que vivimos. Porque como decía ya Antonio Gramsci, el mayor reto de la educación es contribuir a formar individuos a la altura de su tiempo.
Nos preocupan las prácticas demasiado inerciales de los profesionales y las instituciones encargadas de la formación inicial y permanente del profesorado.
Nos preocupa el cortoplacismo y la falta de visión de los responsables de las políticas educativas.
Nos preocupa la falta de inversiones sistemáticas e integrales que llevan al profesorado de algunos centros a trabajar en condiciones de resiliencia.
Nos preocupa la visión reduccionista de la educación centrada en la escuela y no en el contexto del alumnado que, cuando llega –si es que llega– a la institución, tiene unas condiciones de partida y de vida que lo sitúan en una desigualdad difícilmente superable.
Nos preocupan las condiciones de trabajo del profesorado. En algunos países que pasan las pruebas PISA, tienen que trabajar tres turnos para sobrevivir y reciben el salario tarde y mal. Y en los que pueden vivir trabajando en un solo centro, teniendo que atender a poblaciones cultural, social, económica y física y mentalmente diversificadas, sin contar con el conocimiento o los recursos necesarios para llevar a cabo su trabajo.
Nos preocupa la ola de solucionismo tecnológico que nos invade al descubrir las grandes corporaciones tecnológicas el tesoro (el gran negocio) que encierra la educación.
Nos preocupa la falta de comunicación entre los equipos de investigación, los responsables de las políticas educativas y los centros de enseñanza.
Nos preocupa que organismos como la OCDE y los responsables de los gobiernos mantengan la pretensión de “medir los resultados de los sistemas educativos en lo que respecta al rendimiento del alumnado, dentro de un marco común y acordado a nivel internacional”, cuando no hay nada más contextual que el aprendizaje y no hay nada tan desigual como los sistemas educativos de países tan diversos como Finlandia, Corea del Sur y México o Brasil. ¿Qué es lo que “miden” las pruebas PISA más allá de la habilidad de contestar a lo que los responsables de estas pruebas esperan que contesten?
Y nos preocupa porque como como argumentaba H. L. Mencken (1880 – 1956): “Para cada problema complejo hay una respuesta que es clara, simple y errónea». Nos preocupa porque es un ejemplo más de la dificultad que tenemos para enfrentarnos a los problemas “perversos” (wicked – Rittel y Webber, 1984). Porque la educación es un problema particularmente “perverso”. Los problemas perversos se caracterizan por no estar claramente definidos. La información necesaria para comprenderlos depende de las propias ideas, de la imágenes mentales y afectivas, de quienes intentan resolverlos. Exigen un inventario exhaustivo de todas las soluciones posibles anteriormente propuestas. No es posible entender el problema sin conocer el contexto, y no hay nada tan contextual como el aprendizaje; ni se puede buscar información sin estar orientada hacia una posible solución. No se pueden considerar resueltos por razones inherentes a la lógica del problema (verdadero-falso), sino porque las personas investigadoras o responsables de las educativas consideren que alcanzaron un grado aceptable de “satisfacción”. Y lo que es mucho más importante -sobre todo para el caso de la educación-: cualquier intervención en un problema “perverso” tiene consecuencias, deja huellas, que no pueden ser borradas por una acción “reparadora” de los efectos no deseados, porque esto generará otros problemas. Por todo ello, son problemas con características que los convierten en “únicos” y también actúan como síntomas de otros problemas.
Si pensamos en el contexto de nuestro sistema educativo, o en el de cualquier otro país, no podremos encontrar ningún otro problema tan “perverso” como en el de la educación.
Por todo ello, invito a todas las personas interesadas por una educación para el bien común y la justicia social a pensar desde la complejidad sin buscar soluciones “claras, simples y erróneas”. En el caso de este tipo de respuestas que representa PISA, como dijo hace años Miguel Ángel Santos Guerra, invito a que nos preocupemos por “alimentar el pollo”, y no solo por “pesarlo”.


Autora
Juana M. Sancho
Fuente

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