Ayer 26 de enero el diario The Times (y el resto de
los medios
de comunicación británicos) publicó las School league
tables, una verdadera clasificación jerarquizada de los centros
escolares británicos en forma de liga o competición que, con la tendenciosa
justificación de otorgar a los padres el poder de elegir (Parent power
2018), confronta
a todos los centros escolares del Reino Unido, sometidos a severas inspecciones
externas que les obligan a estar mucho más preocupados por obedecer a lo que lo
que los indicadores demandan que por educar a sus alumnos. Es díficil imaginar
un sistema escolar que pueda desnaturalizar hasta tal punto el sentido
primordial de la educación generando una justa o torneo entre escuelas, una
suerte de eliminatoria en la que se genera una brecha insalvable entre los
centros que alcanzan un A-Level y aquellos otros que no lo
logran. Y es difícil imaginar una medida que refuerce hasta tal punto las
diferencias sociales y culturales de partida, que fragüe la brecha social
original que está en el origen del fracaso escolar sistemático, diviendo a los
alumnos entre centros que asegurarán el éxito social de los hijos y centros que
les destinarán al fracaso.
Un sistema educativo basado en la convicción de que
la educación es competencia y contienda, no puede ser otra cosa que la sala de
máquinas que prepara a sus usuarios para enfrentarse a un mundo de capitalismo
despiadado que ubicará y premiará a cada cual en función de los títulos
acreditativos obtenidos en esos centros. Una sociedad profundamente clasista,
por tanto, que maneja la ideología del don con desparpajo e
hipocresía porque consigue convencer a todos de que las diferencias en los
resultados escolares obedecen a una forma ininteligible pero cierta de dotación diferencial
natural, no de origen o génesis social. Una gestión capitalista del
conocimiento, también, porque el saber pierde todo su valor para el fomento de
la emancipación personal y se pone al servicio, plenamente, de una
supuesta progesión social que va dejando por el camino a vencedores y vencidos.
Son famosos sus colegios de élite, sin
duda, selectos clubs de los hijos de las clases más acomodadas, pero debería
destacarse la paradoja de que su sistema escolar, globalmente considerado,
está muy por detrás de la mayoría de los sistemas de la
OCDE (puesto
27 en matemáticas, 22 en lectura y 15 en ciencias). Es la consecuencia lógica
de generar una burbuja de centros aristocráticos y un furgón de cola, atestado,
de centros subordinados. De hecho, la variabiabilidad de calificaciones
intercentros, de segregación escolar anunciada, es una de las más grandes del
mundo. Y es la consecuencia natural de una formación
deficiente del profesorado: como podía leerse en un reciente artículo sobre la
deserción del profesorado en las escuelas británcias y la falta de nuevas
vocaciones, “no existen suficientes incentivos para que estudiantes con talento
se conviertan, nunca más, en profesores”. Sometidos a la presión y la
vigilancia de la inspección, a la competencia descarnada de las clasificaciones
intercentros, a la desconfianza sistemática de los padres, al desprestigio
general de la profesión, ¿quién querría convertirse en chivo expiatorio?
La fórmula antágonica de la gestión inglesa la
resume Pasi Sahlberg en Finnish lessons. What can the world learn from
educational change in Finland?. ¿Cuáles son las claves del éxito de su sistema?
“Este otra manera de gestionar el cambio educativo”, afirma Sahlberg, “incluye
la mejora del cuadro docente, la limitación de las evaluaciones a los
estudiantes a lo estrictamente necesario, la ubicación de la responsabilidad y
la confianza como valores superiores a la mera rendición de cuentas, la
inversión en equidad en la educación y la entrega de la responsabilidad de la
gestión sobre las escuelas y distritos a profesionales experimentados en
educación”. Algo aparentemente muy sencillo que tiene como colofón la
prohibición expresa de que pueda publicarse ninguna clasificación de los
resultados de los centros escolares en un país que, por otra parte, carece de
inspección educativa, de exámenes o pruebas antes de los 9 años, que solamente
realiza evaluaciones por muestreo de los centros escolares con el fin de
contribuir a su mejora continua, que confía en las municipalidades y los
centros escolares para la gestión y el gobierno autónomos de los centros, que exime
a los profesores de su carga docente con el fin de que puedan dedicar ese
tiempo a la colaboración y generar una verdadera comunidad de aprendizaje, que
hace de la equidad, la confianza y la responsabilidad, en fin, el fundamento de
su gestión.
No es una casualidad, obviamente, que uno de los
países del mundo con menos variabilidad de calificaciones y resultados
intercentros sea Finlandia, es decir, que es indiferente a qué colegio vayan
los hijos de cualquiera, porque sus resultados serán buenos y equiparables. Y
no puede ser tampoco causalidad que eso ocurra, sobre todo, en el resto de los
países nórdicos (Islandia, Suecia, Noruega y Dinamarca), porque la construcción
de un Estado social equitativo está en la base, en el principio, del diseño de
un sistema educativo capaz de garantizar el éxito de todos sus alumnos.
¿Qué debemos esperar, entonces, de un sistema
educativo? La elección es, en realidad, bastante sencilla: o sistemas
jerárquicos y competitivos que refuerzan las diferencias culturales y sociales
de partida en un círculo vicioso que pretende naturalizarlas, en los que el
conocimiento es tan sólo la moneda de cambio de un sistema orientado a generar
segregación laboral, o sistemas sociales equitativos que pretenden que todos y
todas alcancen un nivel satisfactorio de habilidades y conocimientos por medio
de los que gestionar satisfactoriamente su propia vida, sin rigidez, presión
y stress, por medio de la confianza y la plena asunción de la
responsabilidad personal. Comparen, elijan y apliquen.
Fuente
del Artículo:
Por
JOAQUÍN RODRÍGUEZ
Colaborador del
portal Blogs Madri+
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