Efectivamente, nos preocupa el desarrollo de las
herramientas de evaluación de los sistemas educativos, no solamente ha
constituido una operación costosa -tanto en términos de recursos económicos
como en materia de esfuerzos y de recursos humanos-, sino que ha resultado ser
una opción, aparentemente técnica, de efectos políticos problemáticos.
Hoy se nos pregunta si creemos que las evaluaciones han
afectado la inversión pública de los gobiernos en educación, si las
evaluaciones conllevan riesgos políticos, etc. Pues bien, de lo que se trata es
de preguntarse por qué razones la opinión pública -y/o los medios de prensa- de
nuestros países encuentra tantas dificultades para interpretar los resultados
de distintas pruebas de evaluación de la calidad educativa de un determinado
aspecto del funcionamiento del sistema educativo y, por ejemplo, muchas veces,
terminan confundiéndolos con un verdadero diagnóstico general del estado de la
educación en nuestros respectivos países.
En efecto, estos son algunos de los problemas que parece
acarrear la multiplicidad de evaluaciones de los resultados educativos que
hemos llevado a cabo y estamos llevando adelante en los últimos años. Pero, muy
en especial, creo que lo que más preocupa es el último de los problemas
mencionados. Es decir, el problema que conlleva la dificultad de transmitir a
la opinión pública cuál es el verdadero estatuto del resultado de una
evaluación y la aparente imposibilidad de que ésta dimensione exactamente su
significado, sus alcances y sus reales implicaciones.
Los resultados de las
evaluaciones educativas ante la opinión pública
En primer lugar, es necesario señalar que el fenómeno es
preocupante porque, en buena medida, la opinión pública parece reaccionar de
manera relativamente diferente ante los resultados de las evaluaciones
educativas que frente a otro tipo de mediciones. En efecto, en ocasiones, hay
mediciones que son portadoras de indicadores de realidades económicas o
sociales mucho más trascendentes -y por ello más inquietantes- que la persistencia
de una alta tasa de repetición en primer año de Primaria o de la tasa de
deserción del segundo ciclo de Enseñanza Media. Sin embargo, es necesario
constatar que muy pocas veces las reacciones de los medios y de la opinión
pública alcanzan, ante la difusión de distintos tipos de indicadores, la
virulencia que suelen adquirir frente a algunos resultados provenientes del
sector educativo.
Es así que debemos reconocer que las evaluaciones educativas
son relativamente nuevas en el horizonte de la gestión gubernamental. Los
estados modernos contemporáneos -y con ello quiero decir, grosso modo, los
aparatos estatales concebidos y diseñados después de la Segunda Guerra Mundial-
hace tiempo se empeñaron en cuantificar los procesos públicos y privados que
tenían lugar en nuestras sociedades. En gran medida esta tendencia está ligada,
en un sentido, al proceso de tecnificación de los aparatos estatales y al
incremento de la importancia de los medios de comunicación de masas. Cabe
simultáneamente destacar, en un segundo sentido, que la tendencia a informar
sobre los resultados de la marcha de los principales procesos que se
desarrollan en la sociedad está íntimamente vinculada al proceso mismo de
consolidación de la democracia.
Esta requiere, de manera regular -y yo diría que
inexorablemente-, de un flujo de información continuo hacia los medios para
permitir la conformación de ese actor decisivo de todo régimen democrático que
es la opinión pública.
Es así que la tasas de inflación, la de desempleo, la
desinversión, los niveles de ingreso, el índice de crecimiento o disminución
del salario real, etc., son indicadores vinculados a la economía que se
publican rutinariamente en todos los medios de prensa de nuestros países sin
que ello signifique sorpresa o alerta alguna siempre que se mantengan dentro de
los rangos más o menos “esperados” por la opinión pública.
Algo muy similar sucede, por ejemplo, con los indicadores
vinculados a la salud pública. Aunque menos concurridos que los indicadores
económicos por la curiosidad de los medios de prensa, no es menos cierto que
los índices de natalidad, los indicadores de mortalidad infantil, los de
desnutrición o los de morbilidad vinculados a determinadas enfermedades o
accidentes parecen haber ganado una suerte de carta de ciudadanía entre la
opinión pública y se han integrado al lenguaje corriente de nuestras
sociedades.
Que lo que estas mediciones indiquen sea “bueno” o “malo”
resulta para la opinión pública relevante pero, en algún sentido, no
precisamente inquietante si esos resultados están dentro de un rango
considerado por ésta como “normal”. Pero, en todo caso, difícilmente el asunto
no será más que noticia pasajera y, por lo general, en ninguno de estos
procesos las informaciones y mediciones transmitidas a la ciudadanía son
generadoras de grandes movimientos de opinión que pretendan poner en cuestión
las raíces mismas del sistema económico o las grandes políticas que rigen el
sistema de salud pública.
Pero con las evaluaciones de la calidad de la educación las
cosas parecen ser, muchas veces, distintas. Si, por alguna razón, el sistema
educativo público tiene que informar que las tasas de repetición han subido
algún punto porcentual, que el “drop-out” se ha incrementado o que los
resultados de las evaluaciones en Matemática deben ser considerados
insuficientes, esa información tiene una alta posibilidad de desembocar en una
verdadera campaña de prensa acompañada de largos cuestionamientos sobre la
política educativa en general, sobre la idoneidad del Ministro de turno, sobre
la validez de los datos, sobre la capacidad del cuerpo docente, etc.. Y
seguramente, además, nunca estarán ausentes como infaltables anexos,
argumentaciones no menos extensas sobre “la crisis” de la educación, los
efectos aparentemente devastadores de las nuevas tecnologías de la información
globalizada y los problemas más abstrusos de la civilización contemporánea.
Incluso, a contrario sensu, cuando los resultados que
arrojan las evaluaciones sobre la calidad educativa resultan ser positivos, las
reacciones de los medios y de la opinión pública pueden llegar a ser
sorprendentes: la opinión pública parece reaccionar como si los resultados
positivos fuesen los “naturalmente esperables” por lo que, de manera
explicable, dichos resultados difícilmente constituyen una “noticia”
significativa para los medios.
Extraído de:
Encuentros y desencuentros con los procesos de evaluación de
la calidad educativa en América Latina
Javier Bonilla Saus
En: Evaluar las
evaluaciones
Una mirada política acerca de las evaluaciones de Calidad
Educativa
IIPE UNESCO
En la sección “Biblioteca” hay un link hacia el PDF completo
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