sábado, 31 de agosto de 2013

¿Qué deberíamos evaluar para que la evaluación sirva para mejorar la calidad?


¿Puede reducirse la Calidad Educativa a un limitado número de conocimientos y habilidades? ¿Es suficiente con una prueba de aprendizajes?  ¿Qué otras dimensiones podemos considerar? ¿Cuál es el sentido de “Evaluar un sistema”?



Ante un auditorio interesado en la educación no es necesario abundar en lo relativo a la importancia de su calidad y su evaluación. Pero teniendo en cuenta la diversidad de concepciones de estas dos nociones (calidad y evaluación) juzgo necesario explicitar mis propias ideas al respecto, de modo que las respuestas que ofreceré para las tres preguntas siguientes cobren sentido pleno.

Tratando, pues, de responder a esta primera pregunta, afirmo que, idealmente, una evaluación adecuada para que sirva realmente para mejorar la calidad educativa sería una muy amplia, que incluyera todas las dimensiones de la calidad; todas las áreas del currículo; los aspectos cognitivos pero también los actitudinales y valorales; no sólo niveles de dominio elementales, sino también los más elevados; insumos, pero también procesos y productos; los diversos actores y niveles organizacionales del sistema educativo; y que, además, incluyera el análisis de los factores que inciden en la calidad, de manera que dé bases para el diseño y la implementación de políticas.

Desarrollo el primero de los elementos anteriores: una buena evaluación deberá comprender todas las dimensiones de la calidad.

Sabemos que las políticas educativas han puesto el acento sucesivamente en la atención de la cobertura, luego en la eficiencia terminal y, más recientemente, en el nivel de aprendizaje alcanzado por los alumnos y en la equidad del servicio educativo. La coincidencia de la secuencia anterior de tales políticas en muchos países de la región latinoamericana y otras partes del mundo no es casual: responde, desde luego, a la similar evolución del contexto demográfico, económico, social y cultural.

Es frecuente que el término calidad se defina en forma restringida, limitándolo a lo que se refiere a los niveles de aprendizaje. En este sentido se dice que, tras centrar la atención en la cobertura y la eficiencia, ahora las políticas educativas ponen el énfasis en la calidad. Otra manera de usar la palabra, que juzgo preferible, le da un sentido más amplio, que se aplica también a las políticas de cobertura y eficiencia terminal.
Un concepto amplio de calidad, en efecto, no puede dejar fuera las dimensiones de cobertura y eficiencia, aunque no pueda limitarse a ellas y deba incluir además el nivel de aprendizaje, entre otras cosas.

Un concepto amplio de calidad debe incluir, en mi opinión, varias dimensiones que, en forma sintética, pueden expresarse diciendo que un sistema educativo de calidad es aquél que:
• Establece un currículo adecuado a las necesidades de la sociedad, incluyendo las de una mayor productividad económica, pero también otras necesidades básicas en una perspectiva de desarrollo integral, como las que tienen que ver con la democracia política, el respeto de los derechos humanos, el desarrollo de la ciencia, el cuidado del medio ambiente y la preservación y enriquecimiento de la diversidad cultural. Esta dimensión puede definirse con la expresión relevancia de los objetivos curriculares.

• Logra que la más alta proporción posible de destinatarios acceda a la escuela, que permanezca en ella hasta el final del trayecto previsto y que egrese alcanzando los objetivos de aprendizaje establecidos. Esta dimensión incluye, pues, la cobertura y la eficiencia terminal, así como el nivel de aprendizaje, y en términos sistémicos coincide con la eficacia interna del sistema.

• Consigue que los aprendizajes logrados por los alumnos sean asimilados por éstos en forma duradera y deriven en comportamientos sociales sustentados en los valores de libertad, equidad, solidaridad, tolerancia y respeto a las personas, que son fructíferos para la sociedad y para el propio individuo, quien podrá así alcanzar un desarrollo pleno en los diversos roles que habrá de desempeñar como trabajador, productor, consumidor, padre de familia, elector, servidor público, lector y telespectador, entre otros; en pocas palabras, como ciudadano cabal. En términos sistémicos esta dimensión es la de la eficacia ex terna o impacto del sistema.

• Cuenta, para lograr lo anterior, con recursos humanos y materiales suficientes, y los aprovecha de la mejor manera posible, evitando despilfarros y derroches. Es fácil apreciar que esta es la dimensión eficiencia del sistema.

• Tiene en cuenta la desigual situación de alumnos y familias, de las comunidades en que viven y las escuelas mismas, y ofrece apoyos especiales a quienes lo requieren, para que los objetivos educativos sean alcanzados por el mayor número posible. Esta última dimensión es la de equidad.

Conceptualizada así, multidimensionalmente, la educación será de calidad si es relevante, si tiene eficacia interna y externa, si tiene un impacto positivo en el largo plazo, si es eficiente en el uso de los recursos y si busca la equidad.

Considero que es mejor este concepto amplio de calidad que uno restringido, porque creo que nadie creerá que un sistema educativo es de calidad si atiende sólo a una fracción de la población en edad de acceder a cierto nivel, o si pierde en el camino a muchos de los alumnos que lo comienzan, aunque los que terminan lo hagan con altos niveles de aprendizaje.

Los otros componentes de una buena evaluación son claros: todas las áreas del currículo, comenzando por supuesto con Lectoescritura y Matemáticas, pero sin limitarse a ellas, sino contemplando, al menos en el mediano plazo, las ciencias naturales y las del hombre, la educación física y artística, etc.

Deberán incluirse los aspectos cognitivos pero también los actitudinales y valorales, ya que la educación no sólo pretende desarrollar los primeros, sino también, y con creciente énfasis, los segundos, cuya importancia para la vida en una sociedad democrática y culta se reconoce cada vez más. Obviamente, no sólo deberán valorarse niveles de aprendizaje elementales, como memorización, sino también los más elevados, de razonamiento propio, juicio crítico y creatividad.

Una buena evaluación no podrá limitarse a los insumos del sistema, si bien no puede olvidarlos, ya que sin ellos no es posible medir la eficiencia del sistema, pero habrá de considerar también los productos, para valorar la eficacia, y los procesos, como parte de una aproximación explicativa que indague en lo relativo a las causas de la situación descrita, con lo que se dará sustento sólido al diseño y la implementación de acciones de mejoramiento.

Con un enfoque integral como el que se propone, la evaluación tomará en cuenta no sólo a los alumnos, sino también a los maestros, los directores y supervisores y las autoridades educativas, así como los diferentes niveles de organización de un sistema complejo como el educativo, en cada uno de los cuales hay una problemática específica, y oportunidades particulares de intervención: el aula, la escuela singular, la zona o distrito escolar, el municipio, la región, provincia o entidad federativa, y el país.
Una buena evaluación, además, deberá caracterizarse por las cualidades técnicas de cualquier medición buena, que se resumen en la validez y la confiabilidad, en sus diversas facetas: que se mida realmente lo que se pretende medir, y que se haga de manera que los resultados sean comparables en el espacio y en el tiempo.

Subrayo que la evaluación no puede reducirse a la aplicación de pruebas de aprendizaje. Estas son, sin duda, necesarias para la medición de los resultados de la enseñanza, pero la valoración de otros aspectos implica la construcción de indicadores con otro tipo de datos, tomados de otras fuentes, como los sistemas de información estadística o estudios ad hoc.

Es claro que esta es una visión ideal, que en sentido estricto es imposible llevar a la práctica, pues exigiría una cantidad de trabajo y un volumen de recursos enorme para recolectar la información necesaria.

Pero si no se tiene este punto de referencia es fácil caer en el error opuesto, que en la realidad se ha dado en muchos lugares: el de reducir el sistema de evaluación a los elementos más fácilmente disponibles, con lo que sólo se dispone de datos gruesos y burdos sobre el número de alumnos inscritos en el sistema al inicio y al fin de un ciclo, el de maestros y escuelas, el presupuesto asignado a las escuelas y poco más.

Por ello creo que es importante manejar una visión ideal de lo que debería ser la evaluación como referente para el desarrollo de un sistema concreto; con tal punto de referencia, y con ayuda de las metodologías de investigación y evaluación educativa desarrolladas en las últimas décadas, es factible diseñar sistemas mucho más finos que los habituales, con requerimientos de recursos al alcance de los sistemas educativos reales.

No está de más precisar que diversos tipos de evaluación son competencia de diversas instancias. En particular conviene distinguir la evaluación de individuos de la de los sistemas como tales. La evaluación de los alumnos en lo individual, por ejemplo, es y sin duda seguirá correspondiendo a los maestros y las escuelas en que están los alumnos; la evaluación de los maestros en lo individual corresponde y corresponderá seguramente a los directores y supervisores.

La evaluación a la que me refiero en este escrito es, precisamente, la del sistema educativo en cuanto tal. Se trata, pues, de una evaluación de nivel macro, que no sustituye a las evaluaciones individuales, sino que las complementa, iluminando un ángulo diferente de la realidad educativa.




Extraído de:
Una mirada técnico-pedagógica acerca de las evaluaciones de calidad educativa
Felipe Martínez Rizo
En: Evaluar las evaluaciones
Una mirada política acerca de las evaluaciones de Calidad Educativa
IIPE UNESCO
En la sección “Biblioteca” hay un link hacia el PDF completo

1 comentario:

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geniales los aportes.! gracias por el dato!

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